El infante Pedro Hidalgo
A Pedro Hidalgo lo llamaban "el matador de moros", según la leyenda he escrito esto:
Diez en la peña negra de Tíscar:
Las hojas amarillas del otoño disimulaban el camino entre los árboles. Sin forzar el paso de su caballo, el infante don Pedro se dejó conducir hasta un altozano donde lo aguardaban, contera de lanza en tierra, los adalides de su ejército. Desde allí se veía por fin el renombrado castillo de Tíscar, objetivo de aquella expedición.
Un espinazo de piedra cerraba el verde valle, dejando apenas un portillo en la parte más baja para que pasaran juntos el río y el empedrado camino que iba de Quesada a Baza. Guardando aquel portillo, sobre un risco inaccesible, se veían los muros y torres sólidamente labrados de Tiscar. Una mole pétrea de escarpadas paredes dominaba al castillo: la Peña Negra. Un poco más abajo, entre la arboleda, cerca del río, se adivinaba la oquedad de la Cueva del Agua, con su fuente santa. Allí adoraban los cristianos a una virgen antigua.
A un lado y a otro se abría el valle como un anfiteatro y se veían árboles y huertas y arriates en los que se espejeaban los soles del agua. No había humo en las chimeneas de las blancas alquerías: conociendo que venían los cristianos sus moradores se habían puesto a salvo aquella misma mañana y se habían retirado por el camino de Baza. Partidas de adalides y moros a sueldo de Castilla se veían aquí y allá registrando las huertas en busca de botín.
Después de muchos días de sitio y de algunos onerosos saltos que fracasaron, Don Pedro empezaba a temer por su sino militar y barruntaba la merma de prestigio que supondría volver a Ubeda con las manos vacías. Los maestres de las órdenes militares y otros señores de la guerra que concurrían con sus tropas a la expedición tampoco se mostraban optimistas. Celebraron consejo una vez más y decidieron que para tomar la fortaleza había que empezar por desalojar a los defensores de la Peña Negra que desde sus alturas dominaban el acceso al castillo y el castillo mismo. Pero esta empresa era poco menos que imposible siendo la peña tan alta que no se podía acceder a ella con escaleras si no era con ayuda de los diez moros, guerreros escogidos, que guardaban la cumbre.
Conociendo que el negocio iba a fracasar por esta dificultad, un hombre muy pequeño de cuerpo llamado Pedro Hidalgo, que era escudero del Maestre de Calatrava, se ofreció para escalar nocturno la Peña Negra y ganarla para los sitiadores.
Amparado en una noche oscurísima Pedro Hidalgo comenzó su escalada por el sitio que un previo reconocimiento diurno le había parecido más practicable. Con las uñas sangrentadas consiguió llegar, casi extenuado por el esfuerzo, a la cima. Sorprendiendo el confiado sueño de los defensores les dió discreta muerte degollándolos uno por uno al filo de su navaja cachicuerna. Luego arrojó los cadáveres al vacío y se echó a dormir.
Cuando amaneció el día, moros y cristianos advirtieron que la noche había propiciado grandes cambios. Un nuevo asalto de los sitiadores, eficazmente apoyado por Pedro Hidalgo que lanzaba grandes piedras contra las almenas desde sus alturas, consiguió poner pie en los muros de Tiscar y la fortaleza fue sangrientamente conquistada por el infante.
En recuerdo de la hazaña de Pedro Hidalgo y de la decena de moros que mató en la Peña Negra se le concedió que tomase apellido Diez y un escudo de armas en el que se ve una orlada decena de cabezas de moros y un castillo y un lucero. En versos antiguos se describe así:
Diez en la peña negra de Tíscar:
Las hojas amarillas del otoño disimulaban el camino entre los árboles. Sin forzar el paso de su caballo, el infante don Pedro se dejó conducir hasta un altozano donde lo aguardaban, contera de lanza en tierra, los adalides de su ejército. Desde allí se veía por fin el renombrado castillo de Tíscar, objetivo de aquella expedición.
Un espinazo de piedra cerraba el verde valle, dejando apenas un portillo en la parte más baja para que pasaran juntos el río y el empedrado camino que iba de Quesada a Baza. Guardando aquel portillo, sobre un risco inaccesible, se veían los muros y torres sólidamente labrados de Tiscar. Una mole pétrea de escarpadas paredes dominaba al castillo: la Peña Negra. Un poco más abajo, entre la arboleda, cerca del río, se adivinaba la oquedad de la Cueva del Agua, con su fuente santa. Allí adoraban los cristianos a una virgen antigua.
A un lado y a otro se abría el valle como un anfiteatro y se veían árboles y huertas y arriates en los que se espejeaban los soles del agua. No había humo en las chimeneas de las blancas alquerías: conociendo que venían los cristianos sus moradores se habían puesto a salvo aquella misma mañana y se habían retirado por el camino de Baza. Partidas de adalides y moros a sueldo de Castilla se veían aquí y allá registrando las huertas en busca de botín.
Después de muchos días de sitio y de algunos onerosos saltos que fracasaron, Don Pedro empezaba a temer por su sino militar y barruntaba la merma de prestigio que supondría volver a Ubeda con las manos vacías. Los maestres de las órdenes militares y otros señores de la guerra que concurrían con sus tropas a la expedición tampoco se mostraban optimistas. Celebraron consejo una vez más y decidieron que para tomar la fortaleza había que empezar por desalojar a los defensores de la Peña Negra que desde sus alturas dominaban el acceso al castillo y el castillo mismo. Pero esta empresa era poco menos que imposible siendo la peña tan alta que no se podía acceder a ella con escaleras si no era con ayuda de los diez moros, guerreros escogidos, que guardaban la cumbre.
Conociendo que el negocio iba a fracasar por esta dificultad, un hombre muy pequeño de cuerpo llamado Pedro Hidalgo, que era escudero del Maestre de Calatrava, se ofreció para escalar nocturno la Peña Negra y ganarla para los sitiadores.
Amparado en una noche oscurísima Pedro Hidalgo comenzó su escalada por el sitio que un previo reconocimiento diurno le había parecido más practicable. Con las uñas sangrentadas consiguió llegar, casi extenuado por el esfuerzo, a la cima. Sorprendiendo el confiado sueño de los defensores les dió discreta muerte degollándolos uno por uno al filo de su navaja cachicuerna. Luego arrojó los cadáveres al vacío y se echó a dormir.
Cuando amaneció el día, moros y cristianos advirtieron que la noche había propiciado grandes cambios. Un nuevo asalto de los sitiadores, eficazmente apoyado por Pedro Hidalgo que lanzaba grandes piedras contra las almenas desde sus alturas, consiguió poner pie en los muros de Tiscar y la fortaleza fue sangrientamente conquistada por el infante.
En recuerdo de la hazaña de Pedro Hidalgo y de la decena de moros que mató en la Peña Negra se le concedió que tomase apellido Diez y un escudo de armas en el que se ve una orlada decena de cabezas de moros y un castillo y un lucero. En versos antiguos se describe así:
Cinco testas de moros un par de veces
Son trofeo al escudo de los Dieces
Y un lucero también en otra parte
que su luz a los mismos fiel reparte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario